

Por: 7ma Medios
Transmitir una empresa familiar no es solo una operación contable o un trámite jurídico. Es, ante todo, un gesto de amor. La herencia más valiosa no está en los números, sino en la capacidad de dejar huellas que trascienden lo económico.
Leonardo J. Glikin, director de CAPS Consultores, lo ilustra con una escena tan cotidiana como reveladora. “Pantalón cortito, bolsita de los recuerdos…”, canta su amigo Raúl, amante del tango, mientras interpreta Chiquillada, de José Carbajal, “El Sabalero”. Pero lo verdaderamente conmovedor no es su voz templada, sino el coro que lo acompaña: sus nietos y nietas.
“En ese instante, lo que se transmite no es música perfecta, sino pertenencia y amor compartido”, describe Glikin.
Esa escena resume lo que muchas veces se pierde de vista en las empresas familiares: el legado invisible. Quien funda una compañía suele pensar en la sucesión patrimonial -acciones, inmuebles, inversiones-, pero el verdadero traspaso es otro. Se trata de compartir valores, compromiso y sentido de continuidad.
“El fundador que piensa en sus nietos no entrega solo capital: está regalando un capital emocional”, afirma el consultor.
La continuidad de un proyecto familiar no depende únicamente de protocolos o balances, sino de algo mucho más íntimo: que las nuevas generaciones se sientan parte de esa historia, con el mismo orgullo que los nietos de Raúl al subirse al escenario.
Transmitir una empresa familiar, entonces, es un acto profundamente humano. No se trata solo de mantener un apellido en el frente del edificio, sino de sostener el espíritu con el que fue creado.
“Cuando un abuelo entrega la posta, no deja una empresa: deja un mensaje imborrable”, concluye Glikin.
Y ese mensaje, que atraviesa generaciones, podría resumirse así: "Esto que construí también es parte de ustedes. Cuídenlo, háganlo crecer y háganlo con amor".